Las casualidades existen. Las cadenas causales, tan invisibles como inesperadas nos llevan por caminos insospechados. Un aeropuerto. Un vuelo que se cancela. Un chico que se queda colgado en una ciudad ajena, con su mochila, como su casa de nómada a cuestas. Una amiga que contacta con su compañero de piso en Nueva York para que le deje dormir en su habitación. Un encuentro, en blanco y negro. Y una noche de tormenta.

Desconocía a este autor novel, David Moragas, que realizó esta película como se dice habitualmente, con cuatro duros, con la ayuda de un equipo pero, sobre todo, con el talento espoleado por la falta de medios y las ganas de contar una historia. Me recuerda este tipo de cine de verdad, que habla sobre personas, sobre lo que sienten y lo que ocultan, sobre los miedos que no se superan, las barreras que nos ponemos y las ilusiones, siempre ellas, que a veces no coinciden con los caminos que tomamos o nos hacen tomar las circunstancias.

Son temas recurrentes en las películas románticas ajenas a los indigestos edulcorantes. Linklater y su trilogía “Before Sunrise/Sunset/Midnight”,  Andrew Haigh y su “Weekend”. Sí, el cine de Haigh y Moragas se etiquetan como cine LGTBI, que en estos tiempos sirve como referencia, pero en el fondo las citadas hablan de la búsqueda, de los encuentros, de la posibilidad, del intento, de los miedos al compromiso, a mostrar nuestra vulnerabilidad, nuestro deseo, nuestra necesidad y ganas de alcanzar aquello que expresaba la canción “Nature Boy” y que era el motivo central de Moulin Rouge: Lo más importante que aprenderás en la vida es amar y ser amado.

Haciendo del espacio un lugar cerrado de luces y sombras, donde Nueva York se invisibiliza y se convierte en un lugar imposible les obliga a verse, a enfrentarse, a reconocerse, a expresar sus miedos que gritan en los silencios gracias al pulso narrativo del autor y de los afortunados montaje y fotografía.

La nostalgia de lo que fue y no volverá a ser está tratada con buen gusto. De lo que silenciamos y que se oculta en esas máscaras de ficticia seguridad, la máscara del personaje de David Moragas que el personaje de Jacob Perkins empieza a cincelar a base de preguntas para dejar al descubierto el dolor de la pérdida, o en su caso la frustración de la costumbre, a veces velada, que termina convirtiéndose en el peor enemigo de cualquier relación.

Cine directo, sencillo pero elegante, discreto, pero de enorme fuerza que llega sin transiciones a aquellos que buscamos historias que nos conecten. El cine, el gran cine puede ser espectáculo, pero su esencia, la esencia que verdaderamente importa reside en su capacidad de comunicar y de hacernos sentir emociones y, en especial, de conectarnos.

Su corto “Detox” que vi a posteriori ya anunciaba la esencia de este “A Stormy Night”

Habrá que esperar a su próxima película. Pero el futuro, a nivel artístico, no puede ser más prometedor.

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