En algún momento de nuestras vidas aparece un elemento que creíamos olvidado. No lo estaba. Simplemente latía en algún lugar de nuestro templo del recuerdo particular, ahí donde se van depositando imágenes y sensaciones, aromas y sonidos, vivencias y lamentos de lo que pudo haber sido y no fue, o de lo que fue y desearíamos que no hubiera sido. Personas, nombres…
Gema.
Gema es una de esas vidas que parecía olvidada, que desapareció y que de pronto sin saber cómo resurge en el presente de la protagonista, pendiente de una traducción que no termina, de dos hijos a los que adora, de un amor y de las amigas del Liceo Francés, ese colegio que me es tan familiar e irreconocible a la vez con el reciente pabellón de acceso al mismo que fue finalista de los Premios FAD.
Las frases te llevan a aquel mismo patio de colegio, en esa tela de araña que la autora a través de la protagonista va tejiendo con hilos de seda en ese presente donde se cuelan amores pasados y presentes, amigas con las que jugar al póker de los recuerdos con las cartas de sus respectivas memorias para intentar reconstruir el puzle del pasado, y una madre que de alguna forma sigue presente, a veces en pequeños detalles a la vez divertidos y tiernos. Y esa búsqueda de Gema.
Frases sencillas y elegantes, que es la forma de llegar sin transiciones y de manera directa de las páginas a los ojos lectores para depositarse en ese lugar donde se generan las emociones. Porque el gran mérito de Milena Busquets es ser capaz de transmitir sin forzarlos los momentos cotidianos de una vida que parece discurrir tranquila, con retazos de fina ironía que dibujan una sonrisa o provocan una discreta carcajada. Parece fácil escribir así, pero no lo es en absoluto.
A veces el dolor de la ausencia emerge como ocurría en “También esto pasará”, una ausencia que nunca sana, aunque para nuestra tranquilidad siga latiendo adormecida por el paso del tiempo, como laten los recuerdos anestesiados hasta que un día, de forma inesperada, sin saber cómo, se despiertan para que les prestemos la atención que reclaman y que en su momento, por circunstancias, olvidamos sin darnos cuenta.
“A los quince años la muerte es una lengua extranjera, un horizonte invisible, un planeta desconocido”. ¿Acaso hay una manera más precisa y bella de describir lo que es la muerte cuando somos adolescentes?
Hijos, amores, ex amores, amistades, cenas, colegio, soledad, traducciones, escritos, hogar, autores, recuerdos, madre, Cadaqués, Grecia, tanatorio…Gema.
Gema es ese “mapa en el que marcar con un bolígrafo rojo los caminos que tomamos”.
En un momento la autora describe el final de una relación con la delicadeza de un suspiro: “Vi su silueta, como una delicada figura de papel, separarse de la mía y desdoblarse: de nuevo éramos dos”.
Ocurre a la inversa cuando leemos esta pequeña gran novela, que se devora con la delectación propia de los que seguimos sintiendo esa pasión por los libros y por todas las historias que contienen. He visto la silueta de Gema, como una delicada figura de papel, unirse a la mía: somos uno. Es la mágica fusión entre la obra de un autor y el lector.
Eso es lo que me suele ocurrir como lector cuando un escritor es capaz, como escribía William Styron, de agarrarme por las solapas. Milena Busquets lo hace con la sencilla y firme elegancia de su prosa, con las entrañas sin necesidad de alzar la voz.
“La gente viene y va, va y viene”. Milena Busquets vino. Leí “Gema” de un tirón. Gema se queda a pesar de ser una muerta, ahí, en el sillón, cerrada esperando que regrese a ella pronto, como suelo hacer con aquellos libros que uno quiere volver a paladear, pero la escritora ya se ha ido.
Que vuelva pronto con una nueva novela.
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